Como ya hemos comentado hicimos un primer ascenso en la tarde y noche hasta
un mirador para ver las llamas saliendo de los cráteres del propio volcán Pacaya y a
lo lejos, del volcán Fuego.
Al día siguiente de madrugada emprendimos el camino con el objetivo de
alcanzar el cráter del Pacaya.
Surgieron dudas a causa del fortísimo viento, pero tras esperar una hora
más o menos en la llamada meseta, el viento amainó ligeramente y afrontamos la
escalada.
Mereció la pena a pesar de lo incómodo de subir (y luego bajar) fuertes
pendientes sobre la resbaladiza ceniza.
Es difícil describir la sensación que sentimos al llegar al borde del
cráter. El viento no nos permitía acercarnos hasta el mismo borde porque era muy
fuerte, pero desde el sitio “prudente” para tomar las fotografías y observar el
fondo pudimos ver como estábamos rodeados de fumarolas, como el río de lava
corre por el fondo de la boca y como, de cuando en cuando, se escucha una
explosión y grandes piedras son lanzadas en el aire hasta unos 30 metros de
altura. Quizá sea un poco loco haber llegado allí, pero no estamos arrepentidos
en absoluto.
En todo momento, los paisajes son espléndidos. Están a
la vista los tres volcanes que rodean la ciudad de Antigua: El volcán Fuego de más
de 3.500 m y muy activo, el Acatenango de casi 4.000 y el Agua también de más
de 3.500. A lo lejos se ve, tras el lago Amatitlan la ciudad de Guatemala.
Tuvimos el acierto de subir un buen almuerzo (bota de vino y café
incluidos) del que dimos buena cuenta sentados al borde de otro cráter ahora
inactivo porque en el año 2.005 se rellenó con la lava del que habíamos
escalado. ¡Inolvidable!
Las llamas salen del cráter del volcán Pacaya
Caprichos de la lava al solidificar:
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