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sábado, 24 de agosto de 2019

Y llegamos al Caribe…



Tras el tiempo pasado en compañía de Karina e Iván en Bucaramanga, dos jornadas de carretera nos llevan a Santa Marta en la costa colombiana del Caribe. Allí buscábamos un lugar tranquilo y agradable en donde pasar unos cuantos días mientras íbamos arreglando los asuntos necesarios para el cruce a Panamá tanto del camión como nosotros, pues iba a ser necesario coordinar las salidas del carguero con las de uno de los veleros que hacen el trayecto desde Cartagena a Colón en Panamá. Ya tenemos tomada la decisión de hacer nuestro viaje en uno de esos veleros, pues aparte de que es mucho más interesante que un vuelo, el costo global es el mismo o incluso algo inferior.

Recorriendo la costa desde Sta. Marta con dirección a la Guajira pasamos la entrada del Parque Nacional Tayrona que ya habíamos decidido no visitar a causa de que uniendo un precio abusivo de la entrada y las incomodidades que se anunciaban para recorrerlo, las informaciones de otros viajeros nos dejaban claro que cualquier punto de la costa próxima al parque pero fuera de él era exactamente lo mismo.
Tras algunos intentos fallidos de encontrar lo que buscábamos, hallamos un acceso a la costa a no más de 80 metros desde la carretera, perfectamente plano y con una gran sombra de lo que aquí llaman almendro (aunque no se parece en nada a los de España) justo al lado del campamento de unos pescadores a los que consultamos y  nos dijeron que no había ningún problema aunque la zona aun se pertenecí al Parque. Resultó ser gente muy agradable, un padre y su hijo, César y Rafa, con los que compartimos casi dos semanas en el precioso y tranquilo lugar, únicamente importunados por los mosquitos, que son una auténtica plaga.
Buenas comidas hechas con la abundante leña que encontramos e incluso pan cocido en un improvisado horno de leña, baños a todas horas en un mar caliente y alguna salida esporádica para aprovisionarnos de agua y víveres fueron haciendo pasar el tiempo de forma incluso más rápida de lo esperado por la inactividad poco propicia para los nómadas convencidos.
Hicimos también un descenso por el río Don Diego en cámaras de camión que nos llevó a la desembocadura del mismo en un precioso lugar.























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