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miércoles, 10 de diciembre de 2014

A través de Paraguay


Pasamos tres noches en el P.N. Cerro Corá, repusimos agua en el mismo parque y comenzamos la travesía de Paraguay.
Algo más de media jornada, marcada por el calor nos lleva a la Laguna Blanca no sin haber cubierto unos treinta kilómetros de polvorienta pista en regular estado y jalonada de tres puentes de madera en un estado peor que el de la pista.
A las orillas de la laguna hay un camping, por así llamarlo, en el que, al menos hay abundante sombra y una caprichosa WiFi que se iba y se venía.
Un refrescante baño en la laguna,  una noche fresca y una mañana de relax y guisoteo precedieron a la partida poco después de comer, ya que era sábado y el lugar se estaba llenando de gente joven y lógicamente alborotadora.
Deshicimos el camino por la pista y continuamos viaje hacia el sur para llegar a hacer noche en Guayaibi. Pedimos permiso para instalarnos en una campa en una calle del pueblo y en minutos éramos la atracción. Nos invitaron a tomar tereré que es la bebida nacional (donde quiera que veas a un paraguayo, no importa la hora ni el sexo, estará con su tereré en una mano y su jarra de agua helada en la otra para ir reponiendo). Se trata de algo parecido al mate de los argentinos pero muy frío. Es un poco amargo y quita muy bien la sed.
La reunión con la gente joven pasó a ser juego primero con una pelota y después a otros pasatiempos muy animados.
Al día siguiente íbamos a internarnos en el Paraguay profundo tomando la pista que sale de Villarrica y termina cerca de Encarnación. Recorre bonitos paisajes y esa noche pernoctamos en una ciudad pequeña y muy agradable que se llama Fulgencio Yegros en honor a uno de los artífices del incruento  proceso de la independencia del Paraguay de la corona española. Allí nos instalamos en el centro del pueblo, en una sombreada pradera y al lado de un grifo público con agua potable.
La recepción, si cabe, fue aún más cariñosa. Nada más instalarnos se presentó Aldo. Lo primero que dijo es “es un honor recibirles”. Se ofreció para lo que fuera necesario, consiguiendo incluso que nos abrieran el supermercado para atendernos un domingo a las seis de la tarde.
Nos proporcionó la oportunidad de conectarnos a la corriente de forma gratuita en unos enchufes que estaban instalados en los árboles seguramente para dar energía a los puestos de un mercadillo.
Nos fuimos  a la cama después de las once tras una animada reunión con otros dos vecinos muy agradables, Roberto y Lily que aportaron sus sillas para instalarse al lado de la caravana y en la que se habló de todo.
Lily además se presentó con dos buenos trozos de bizcocho hecho por ella que acompañaron espléndidamente nuestro desayuno. Aún, antes de la partida a la mañana siguiente nos trajo empanadillas y una botella de licor casero de menta.

Esa mañana se presentó un hombre mayor que nos dijo que tenía una hija en Oviedo. Le enseñamos la caravana y se mostró realmente emocionado de poder compartir un rato con nosotros.
Realmente es abrumadora la amabilidad y naturalidad de los paraguayos. Quede constancia de que yo, a poco de la llegada pasé a ser Carlitos para los allí reunidos.
Por la maña hicimos una visita al pueblo que tiene una enorme y bonita plaza y arrancamos para recorrer los 50 km de pista que quedaban y otros setenta asfaltados hasta Encarnación.
A los pocos kilómetros se presentó la primera sorpresa en forma de puente de madera. El más largo que habíamos cruzado: 60 metros. Mientras lo inspeccionábamos apareció un autobús de unas 45 plazas, lleno totalmente que entró en puente como si no existiera. Convencidos por la exhibición nos decidimos a cruzarlo. Bueno, para hacer honor a la verdad, Pilar a pie y yo al volante.
A media tarde estábamos en Encarnación con los consiguientes problemas para instalarnos, amago de multa incluido por rodar por una calle prohibida que es la costanera al lado del río Paraná y un cable de luz roto. Al final lo hicimos en un recinto municipal algo alejado del centro, pero adecuado a nuestras necesidades.
Una visita rápida a la ciudad y una tarde de lavadora para continuar al día siguiente hacia las misiones jesuiticas de Trinidad y Jesús.
Aunque solamente quedan ruinas, se puede comprender la magnitud que tuvo el fenómeno que se llamó de las reducciones en donde decenas de indios guaraníes formaron comunidades autónomas bajo la, digamos, supervisión de los jesuitas españoles. Pudimos saber que el arquitecto de la iglesia de Jesús era de Zaragoza y fue también el autor de la iglesia de Alagón y de otra en Tarazona y en ambos casos hay similitudes con la de Jesús.
Terminada la visita paramos a comer en la ciudad de Hohenau. No es broma, se trata de un asentamiento alemán en donde todo el mundo tiene apellidos alemanes.

Ahora estamos en un parque privado con piscina, wifi y otras comodidades.














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