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miércoles, 31 de diciembre de 2014

La aventura de los Esteros del Iberá


Una estancia muy agradable en Posadas con cena de Nochebuena en un restaurante del centro que estuvo simpática y el día de Navidad salimos con destino Esteros del Iberá.  Sabíamos que nos esperaban alrededor de 145 kilómetros de pista en un estado incierto que resultaron aceptables en sus noventa primeros y bastante incómodos en los restantes, con zonas inundadas en las que no podíamos ver en donde pisaban las ruedas. A media tarde llegamos al pueblo de Colonia Carlos Pellegrini en el que está la entrada del Parque. El bonito camping municipal, a la orilla de la laguna Brillante tiene un dintel en la puerta que era demasiado bajo para nuestro camión. Una genialidad que vemos con mucha frecuencia y que nos obligó a quedarnos fuera de la instalación. La temperatura durante la noche fue realmente terrible y se hizo muy difícil dormir.
Por la mañana nos acercamos al Parque para visitarlo aunque hubo que esperar a que escampara una respetable tormenta que tras descargar dejó un ambiente muy pesado de calor húmedo. Aún así hicimos varios de los recorridos previstos que nos permitieron ver uno de los últimos reductos del llamado bosque atlántico que queda en esta zona. Sin embargo, suponemos que debido al calor, no pudimos avistar mucha fauna que según nos dijeron está presente en el Parque.
Ante la perspectiva de permanecer con el camión al sol, decidimos posponer la comida e iniciamos el recorrido de salida continuando la pista con dirección a la ciudad de Mercedas, a 140 kilómetros de allí, los treinta últimos asfaltados.
Después de recorrer alguna distancia encontramos un pequeño rincón al borde de la pista con unos árboles que nos permitieron situar el camión a la sombra y hacer un alto para comer que al resultar muy agradable nos hizo tomar la decisión de quedarnos a pasar el resto del día. Esta decisión resultó equivocada al no contar con la tormenta más espectacular que nunca habíamos vivido, con vientos que balanceaban el camión como si fuera una hoja de papel, el cielo literalmente iluminado de forma permanente por los relámpagos y un aguacero de proporciones nunca vistas.
La tormenta duró algo más de dos horas durante las que fue imposible estar en la cama, Pilar se mareaba con el balanceo del camión y el ruido del viento en los árboles era ensordecedor.
Afortunadamente, al ver venir la tempestad, por precaución habíamos sacado el vehículo de debajo de los árboles porque si no las ramas lo hubieran golpeado con violencia.
La tormenta pasó, pero la aventura no había hecho más que empezar: la enorme cantidad de agua caída había convertido la pista en un barrizal difícilmente transitable. Tras unos comienzos complicados encontramos el truco para poder salir de allí: tracción 4x4, reductora, bloqueo del diferencial trasero y una infinita paciencia para rodar muy lento metiendo  las ruedas de un costado en una de las roderas que la pista presentaba a fin de conseguir que el desplazamiento fuera guiado por el carril. De esta forma, recorrer los cincuenta kilómetros que restaban hasta encontrar el asfalto nos costó casi tres horas y aunque Pilar lo pasó muy mal, al final todo acabó felizmente con dos lecciones aprendidas: Si puede llover, no dejes para mañana un recorrido que se puede embarrar y la segunda, para conducir sobre barro nunca hay que pretender llevar el camión por los lomos de las marcas del suelo, sino que hay que meter una rueda (o las dos si es posible) en las huellas que ya estén hechas por el paso de otros vehículos.

Una vez sobre el asfalto rodamos hasta Mercedes en donde hicimos un alto para algunas compras y continuamos viaje hasta Paso de los Libres en la frontera con Brasil en donde terminamos de aprovisionarnos (sobre todo de vino) y pasamos una agradable noche en la costanera del río Uruguay.

















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