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lunes, 22 de diciembre de 2014

Cataratas de Iguazú. Dos puntos de vista: brasileño y argentino.


Una maravilla de la naturaleza y una explotación turística aberrante.
Algo más de una jornada en un aceptable camping de Foz de Iguazú (Brasil) nos puso en forma para el primer asalto al parque de las cataratas.
Llegamos a media tarde para comprobar que de todo lo conocido por los apuntes del foro Le lien AmSud ya no queda nada. No se puede acampar en ningún sitio que no sea una instalación en un estado deplorable a la que llaman camping y cuyo precio corresponde al de cualquier camping de la Costa Brava, pero obligado te veas y allí nos quedamos. Lluvia toda la noche y tiempo inestable al comenzar la visita.
El precio de la entrada escandaloso y si realizas alguna visita adicional dentro del Parque fuera del recorrido general tiene precio aparte. La entrada está a unos 7 km del inicio del recorrido hacia la Garganta del Diablo. Este trayecto hay que hacerlo en un autobús (precio incluido en la entrada).
Nada más bajar del autobús la lluvia vuelve a hacer acto de presencia, pero como hace calor se soporta bien.
La primera vista de las cataratas es sobrecogedora. La extensión, las alturas y los caudales de agua son impresionantes. Un camino bien acondicionado nos va conduciendo por la orilla brasileña con miradores para asomarse. Cada nueva perspectiva es mejor que la anterior.
Cuando llegamos a la pasarela que nos situó en medio de la garganta del Diablo ya llovía con apreciable intensidad, pero la mojadura importante es del agua que salpican las caídas.
Desde allí, un elevador sube a un mirador elevado sobre las cataratas que ofrece una magnífica vista.
Teniendo en cuenta que al día siguiente íbamos a hacer la visita desde el lado argentino y lo desapacible del día, a primera hora de la tarde tomamos el autobús de vuelta al camping en el que pasamos una segunda noche.
Por la mañana de un día despejado y ya caluroso, cuando Pilar se va a subir al camión pone el pie en algo que por aquí llaman  “la corrección“ y que no es otra cosa que un hormiguero tan masivo que un pie puesto en él durante un segundo equivale a una invasión de la pierna de varias decenas de hormigas pequeñas y rojas que, aunque no tienen veneno, muerden y hacen daño. Yo me bajé del camión para ayudar sin saber exactamente que le pasaba,  puse mi pie en "la corrección" y también fui invadido. Baste decir que hacía mucho tiempo que no bailábamos tanto tiempo los dos juntos.
Solucionado el problema de la marabunta, arrancamos para pasar la frontera entre Brasil y Argentina que se consiguió muy rápidamente.
Unos cuantos kilómetros nos ponen en la entrada del Parque Iguazú del lado argentino.
Más de lo mismo: no hay posibilidad de acampar. El parking, al sol, 10 € y la entrada escandalosamente cara.
Nada que decir en cambio de las cataratas. Si el lado brasileño es fantástico, el argentino no tiene nada que envidiar. Hicimos los dos recorridos posibles ya que un tercero, el de la garganta del Diablo, estaba cerrado a causa de una crecida. El espectáculo es realmente indescriptible. Nos habíamos llevado unos bocadillos para comer allí y el día resultó muy bueno.
Al terminar la visita y no ser posible pernoctar en el aparcamiento a pesar del precio, hicimos algunos kilómetros por la ruta 12 en dirección a las misiones jesuíticas de Argentina y encontramos un buen rincón para hacer noche.
























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